Daniel Daners: el mejor embajador uruguayo

El uruguayo que se inició en el Club Banco República donde jugó hasta pasar al Club Biguá dio en su momento el salto al arbitraje, siendo un referente de su país y su representante en citas internacionales como los pasados Juegos Olímpicos de Tokio

La pasión por el waterpolo del uruguayo Daniel Daners es una verdadera realidad. Y esa misma pasión comenzó de bien pequeño cuando a través de sus padres se integró en el Club Banco República. «Allí aprendí y probé todo tipo de deportes (basket, atletismo, futsal, vóley, paleta, tenis de mesa, natación, etc.), cuando tenía unos 8 o 9 años me terminé decantando por la natación. En el año 1980 mi padre impulsó la reinstalación del waterpolo en Uruguay (que había dejado de jugarse a mediados de la década de los 60 y deporte en el cual Uruguay había sido cinco veces campeón sudamericano y había participado en los JJOO de 1936 y 1948), en ese momento yo seguí entrenando en natación y en 1981 me sumé también a jugar haciendo los dos deportes en simultáneo», explica a WATERPOLISTA.com Daners, quien compitió cuatro años en el Club Banco República donde ganó dos torneos de primera categoría y otros dos de juveniles. «En 1985 pasé a jugar en el Club Biguá donde ganamos todos los campeonatos nacionales que jugué hasta mi retiro (en el año 2002) y simultáneamente fui seleccionado como internacional uruguayo por el mismo lapso. Participé en un sudamericano sub19 y en ocho sudamericanos de primera categoría. Con Biguá competimos tres años consecutivos (a mediados de los 90) en la Liga Argentina buscando competencias permanentes de mayor nivel pues en Uruguay éramos (y seguimos siendo) apenas 4 equipos y la competencia era (es) muy floja«, asegura.

| Su salto al arbitraje

En este sentido, el uruguayo una vez terminó su faceta como deportista en activo dio el salto al arbitraje. «Desde el año 1995 empecé a colaborar con las divisiones formativas del Club Biguá y también asistiendo al seleccionador juvenil, cuando dejé de jugar pasé a asistir también al seleccionador nacional de primera categoría, en ese rol ante la inminencia de un campeonato sudamericano (año 2008, creo) y en ausencia de un árbitro uruguayo para participar, me preguntan si quiero ir como tal. El arbitraje siempre me había resultado divertido, inicié localmente cuando aún se utilizaban las “banderas” para arbitrar, así que dije que sí y de ahí en más no dejé nunca más de arbitrar aunque me mantuve dirigiendo los planteles del Club Banco República, club al que regresé en ese 2002″, comenta un colegiado que ha sido el representante de su país en innumerables citas internacionales, y en particular en los pasados Juegos Olímpicos de Tokio del pasado verano. Todo ello siendo un arbitro al que le gusta sentir el juego. «Entiendo que el rol del árbitro es meramente el de permitir que el juego fluya y lograr que los jugadores (y los técnicos) sean no sólo los exclusivos protagonistas sino los que decidan lo que pasa. Me gusta establecer comunicación (sobre todo visual, gestual) con los jugadores para que entiendan que estoy viendo todo, que sé lo que está pasando (de hecho lo sé porque las mismas cosas las hice y me las hicieron durante casi 30 años en las canchas) y que sepan que estoy controlando que las ventajas o las pérdidas de las mismas no sean producto de infracciones y que muchas veces pese a estar viendo que hay una infracción interpreto que no tiene incidencia real en el juego y que las ventajas para el equipo que sufrió la falta está en otro lado del campo».

Y es que Daners reconoce que le gusta dejar jugar, y que los jugadores intenten lograr su objetivo «en las jugadas hasta el último momento, ya que detesto pitar una falta y ver que si hubiera contenido el pitido medio segundo más ese jugador lograba un gol y trato de jamás darle una falta al jugador que “me la pide”, las faltas se ganan en el juego (el waterpolo ES un juego de contacto, de oposición, el jugador debe superar esa oposición), no creo que deban ser concesiones, si el jugador no me muestra que “quiere seguir la jugada” entonces no creo que deba premiarlo con una falta». «Creo en el trabajo en equipo por lo que no tengo ningún inconveniente en que mi compañero de arbitraje intervenga “en mi zona”, al contrario, lo agradezco; de todos modos por mi forma de arbitrar, de dejar hasta el último momento que las jugadas se sigan desarrollando, a veces me ha pasado que mi compañero piensa que yo no estoy viendo la falta y pita (razonablemente) antes que yo. Esos ajustes se corrigen, a veces hablando previamente y otras veces en el mismo juego, pero son riesgos que me gusta correr para pitar lo menos posible (no me gustan los partidos que se convierten en “conciertos de silbatos”, aunque a veces es necesario para calmar los “ímpetus”. Sobre todo me gusta que haya respeto, respeto por el juego, por el rival, por el público, por la organización. Creo que el respeto hacia los árbitros debemos ganárnoslo a partir de demostrar que estamos respetando todo lo anterior«, resalta.

| Una situación difícil

En esta misma línea, Daners confiesa que en Uruguay tienen «muchas dificultades para lograr desarrollarlo realmente». «Desde hace 30 años nunca logramos ser más de 4 equipos, no todos tienen divisiones formativas, se entrena en horarios muy residuales (en general luego de las 22 horas) y la competencia es reflejo de esta debilidad. En general el deporte amateur en Uruguay carece de una gestión eficiente que le permita desarrollarse con mirada estratégica, generando recursos genuinos, estableciendo calendarios atractivos, etc. En los últimos 5 o 10 años algunos deportes amateurs han mejorado esa gestión (prefiero no dar ejemplos para no herir susceptibilidades o ser injusto) pero sigue siendo una materia pendiente», asegura, a la par que considera que la situación del arbitraje es un fiel reflejo del waterpolo en general. «Si bien yo considero que el nivel del arbitraje establece techos de crecimiento deportivo (malos arbitrajes llevan a malos juegos y esto impide crecimiento), también es cierto que muy escasa competencia impide la acumulación de experiencia (de los errores o de las situaciones excepcionales que se producen en los partidos y que suelen no estar en los cursos, o en los tests, de hecho las evaluaciones suelen tomar de las propias situaciones “raras” de los partidos ejemplos para utilizar y aprender), la falta de partidos con asiduidad determina falta de “ritmo” de arbitraje, en definitiva, es necesario un crecimiento armónico entre los diferentes estamentos y roles del waterpolo. Echamos en falta en eso todos los protagonistas del waterpolo uruguayo«, apunta.

Por otro lado, y a pesar de la situación planteada anteriormente, lo cierto es que el hecho de poder arbitrado en unos Juegos supuso para él algo increíble. «Sinceramente me siento un privilegiado de haber podido hacerlo, todos quienes estamos en el deporte sabemos que es lo máximo a lo que podemos aspirar. Mi experiencia en Tokyo me llevó también a reflexionar sobre otras variables o vivencias. En algún caso lo he sentido como una especie de homenaje para mi viejo, él era un amante del deporte, siempre hablamos de los JJOO (en casa teníamos una colección que repasaba la historia de los mismos en fascículos) y de alguna manera, haber participado de una edición olímpica, en el deporte que mi padre reinstaló en Uruguay tiene como un doble significado de homenaje hacia él, que ya no está con nosotros pero estoy seguro de que se hubiera sentido orgulloso de verme allí», relata a la par que considera que «cuanto más alto es el nivel de la competencia, más son valorados y respetados los árbitros». «Los problemas que he tenido en competencias locales (de divisiones formativas incluso) no los he tenido en partidos internacionales. He pitado 10 finales de torneos continentales (en muchos, la final era entre Argentina y Brasil, alta carga de rivalidad, partidos parejos que se definían en el último cuarto) y nunca tuve un problema grave (por ejemplo, no recuerdo haber tenido que expulsar a un técnico en una final). En los torneos de alto nivel, reitero, creo que somos respetados. Entiendo también, que ser valorados es una tarea que debe empezar por nosotros mismos, ser consistentes, respetuosos, saber que de como marquemos las pautas por donde irá el juego (sobre todo con qué claridad, equilibrio y coherencia lo hagamos) depende que los jugadores puedan dedicarse a jugar sin tener que estar “entendiendo” a qué están jugando», sentencia.

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