¿Dónde quedaron los veranos salvajes?

"Las familias, entrenadores y entrenadoras debemos/deben fomentar el juego libre y no estructurado para mejorar y/o perfeccionar el desarrollo de las habilidades motoras", detalla el columnista de WATERPOLISTA.com en su primer artículo de esta nueva temporada

Hace unos años la palabra verano significaba pueblo, amigos y amigas, calle, experiencias, incertidumbre … Pasábamos horas y horas hablando, jugando, practicando numerosas actividades físicas y deportes, disfrutando. Corríamos, trepábamos, saltábamos, lanzábamos, y un largo etcétera. Éramos felices y no nos importaba nada más que ese momento, ese ahora. Volvíamos tristes, con acentos inentendibles y un poco salvajes. Al cabo de unos días, como si fuese un truco de magia, ¡vualá!: vuelta a la rutina, horarios, al día a día. Ahora bien, con la mochila repleta de experiencias; abarrotada de estímulos y respuestas nuevas; y llena de aprendizajes, desaprendizajes y reaprendizajes.

El pueblo y el verano eran nuestros grandes aliados como entrenadores y entrenadoras. Nos ayudaban a desarrollar, mejorar e incluso perfeccionar las habilidades motrices básicas de nuestro gran tesoro, los niños y niñas. Y sin saberlo. Ruíz Pérez (1987) las agrupó en tres áreas concretas: locomotrices (andar, correr, deslizarse, rodar, trepar, …), no locomotrices (balancearse, girar, retroceder, colgarse, …) y de proyección-percepción (lanzar, recepcionar, atrapar, batear, …). Hace unas décadas, la realidad descrita era cierta; no obstante, las situaciones y modas cambian. Vivimos sumergidos y obsesionados en el mundo de las plataformas y herramientas digitales. Desde enero hasta diciembre, ambos inclusive. Yo también, no lo niego. Y no todo es blanco y/o negro. Por ejemplo, se ha observado que los videojuegos pueden ofrecer beneficios cognitivos, motivacionales, emocionales y sociales (Lobel, Granic, Stone, y Engels, 2014). Sin embargo, cuando ese tiempo de ocio o de vacaciones lo invertimos/invierten en su mayoría a dichos dispositivos, tenemos un problema. Sin pueblo (o sin parque durante el año académico), no hay ni movimiento ni crecimiento. En consecuencia, el desarrollo y perfeccionamiento de las destrezas previas no es destacable ni suficiente en muchos casos; y el sedentarismo y los riesgos de enfermedades cardiovasculares aumentan. ¡SOS!

¿Podemos hacer algo? ¡Por supuesto! De hecho, ese es nuestro trabajo. Ayudar en el desarrollo integral de nuestras niñas y niños. No obstante, en general, desde los clubes nos centramos en la especialización, en las habilidades motrices específicas. Lógico. Si un niño o niña se apunta a nuestro deporte, queremos enseñarle waterpolo de manera lúdica y progresiva: teniendo en cuenta sus características biológicas, cognitivas, motoras y emocionales; y construyendo tareas acordes a las necesidades (generales, dirigidas, especiales y competitivas) y contenidos (técnica individual, táctica individual, táctica en grupo y sistemas de juego) del momento oportuno. Eso es lo deseable, pero no lo correcto si lo imprescindible para seguir avanzando y escalando no lo tenemos/tienen bien anclado y aprendido. Hablo de las habilidades motrices básicas. Precisamente, se ha demostrado que el desarrollo de esas habilidades es esencial para asegurar que los patrones de movimiento sean correctos y se dominen en un entorno seguro; y así, poder responder ante los movimientos deportivos más complejos de manera eficaz (Oliver, Lloyd, y Meyers, 2011). De lo contrario, podremos elegir jugar a los dados o lanzar una moneda y que decida el azar. En efecto, los jugadores y jugadoras que comienzan con cargas específicas de manera precoz tienen una mayor probabilidad de lesiones en aquellas zonas más solicitadas, pierden el deseo de competir por agotamiento psicológico o “burnout”, abandonan la práctica deportiva y disminuyen el rendimiento a medio-largo plazo (Confino, Irvine, O’Connor, Ahmad, y Lync, 2019; Deno, Kritzeck, Romanski, y Strandd, 2021). Además, estas destrezas deben estar presentes en los programas de fuerza y acondicionamiento de cualquier edad (Lloyd, Oliver, Meyers, Moody, y Stone, 2012). Interesante.

Paciencia, respeto y magia. Esa es la solución. Las familias, entrenadores y entrenadoras debemos/deben fomentar el juego libre y no estructurado para mejorar y/o perfeccionar el desarrollo de las habilidades motoras (Baker, 2003; Myer et al., 2016). Asimismo, se ha planteado la práctica y/o participación diversificada en una serie de deportes para generar transferencias motrices y suprimir la especialización temprana durante las primeras etapas de desarrollo (Abernethy, Baker, y Côté, 2005; Baker, 2003). Entiendo que no es fácil organizar y programar una o dos sesiones a la semana con el objetivo de la mejora de una habilidad motriz en concreto o varias de manera combinadas, planteando tareas y/o juegos; y/o practicar otros deportes. Muchos clubes estamos limitados en espacio y tiempo, aunque esas propuestas pueden llevarse a cabo en patios de colegios, salas polivalentes o en la calle. Otra opción a valorar podría ser introducir pequeñas píldoras de 10-15 minutos en las sesiones de trabajo en seco. Desde tareas analíticas, circuitos y/o juegos. Menos es nada.

Decía John Cotton Dana que “quien se atreva a enseñar nunca debe dejar de aprender”. Echaba de menos compartir ideas con compañeros y compañeras del balón amarillo, y seguir reaprendiendo. Volvemos. Gracias Kike.

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