Pili Peña y su mimo por las semillas

En un deporte como el waterpolo la experiencia vale su peso en oro. Aunque la juventud no está reñida con el éxito, las mejores jugadoras del momento, en su mayoría, acumulan a sus espaldas innumerables participaciones internacionales. Bagaje que le permite jugar con la picareza, adelantarse al rival y en muchos casos ser la más lista de la clase. Este viene a ser el caso de Pili Peña, capitana de la selección española que con sus 61 kilos de peso, sus 1.72 metros de altura y a sus 31 años mantiene viva la ilusión por crecer, por no rendirse y comerse el mundo.

«En una época como esta en la que el papel de las jóvenes es cada vez mayor, el rol de la madrileña pasa por regar las semillas»

Cuando tan sólo tenía 12 años, una jugada del destino introdujo en Piluka –como le llaman sus más cercanos- la chispa por el waterpolo mientras entrenaba natación en una humilde piscina de Alcorcón. Durante un tiempo compatibilizó ambas disciplinas, hasta que a los 18 años se pasó definitivamente al waterpolo. Ganó una Liga con el Ondarreta en 2006, formó parte de la selección española junior y en 2010 dio el salto a la élite al fichar por el CN Sabadell con quien ha ganado desde entonces diecisiete títulos, entre ellos tres Copas de Europa. Un impagable palmarés para una deportista que ha asumido con normalidad la responsabilidad que supone ser capitana del equipo nacional.

Encargado de regar las semillas

Estos datos hacen justicia a la estelar trayectoria de una deportista que ha hecho méritos también con el equipo nacional. La jugadora que debutó en Montreal 2005 –ya cuenta con cinco presencias en Mundiales- ha formado parte de la mejor generación del waterpolo de nuestro país logrando los hitos más importantes, entre ellos el último, la plata en el Mundial de Budapest en el que ha tirado de galones, siendo líder dentro y fuera del agua.

Lejos de datos resultadistas (acabó con 2 goles y 110 minutos jugados), Pili es sinónimo de constancia, de lucha y de ejemplo. En una época como esta en la que el papel de las jóvenes es cada vez mayor, el rol de la madrileña pasa por regar las semillas de una maceta que vive su particular metamorfosis. A pesar del mal sabor que supone perder una final de un Mundial su mimo y dedicación ha hecho florecer el jardín que posee Miki Oca, donde cada flor tiene un lugar privilegiado.

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