‘¿Ganar?: sus consecuencias motivacionales’

No podemos obviar que ganar y perder conllevan consecuencias motivadoras y afectivas para los y las deportistas, y al final hablamos de aprender a desaprender, puesto que somos lo que transmitimos, somos lo que sentimos.

Indudablemente, como animales mamíferos que somos, necesitamos sentirnos queridos, admirados, y protegidos. Buscamos incondicionalmente formar parte de un grupo, creando una identidad común y especial. Así, se podría decir que la vida es como un deporte de equipo. De hecho, el deporte facilita el desarrollo mental y social de las personas que lo practican (Fraser-Thomas, Cote y Deakin, 2005) y afecta positivamente en la identificación personal y desarrollo emocional (Hansen, Larson y Dworkin, 2003). Igualmente, la participación temprana en una modalidad deportiva organizada frecuentemente se considera una oportunidad para el desarrollo de habilidades motrices y sociales, mejora del autoestima, y mantenimiento de la salud a través de la actividad física (Zaff y cols., 2003).

Asimismo, la familia, entrenadores y entrenadoras, y compañeros y compañeras juegan un papel significativo en la motivación del y de la deportista (Allen y Hodge, 2006). Keegan y cols. (2009) determinaron que la influencia de los entrenadores y entrenadoras está correlacionada con el modo con el que desempeñan sus roles de instrucción y evaluación; la familia, en relación al apoyo que percibe el niño y/o niña en la participación y aprendizaje; y los compañeros y compañeras, a través de los comportamientos de colaboración y/o de competición recibidos, comunicaciones evaluativas y relaciones sociales. La influencia ejercida por esos tres agentes sociales se conoce como «clima motivacional» (Ames, 1992; Nicholls, 1989). Precisamente, crear y mantener un clima de motivación óptimo entre los y las deportistas contribuye en la actitud y objetivos propuestos; aumentando la participación, persistencia, esfuerzo, disfrute, y aprendizaje motor (Megan-Babkes y Sinclair, 2013; Theeboom, De Knop y Weiss, 1995).

Siguiendo la teoría de las metas de logro (Nicholls, 1989), las personas se sienten exitosas cuando demuestran su competencia en relación al resto (orientación de desempeño) o cuando se esfuerzan por mejorar sus capacidades (orientación de dominio). Por un lado, se ha demostrado que un clima de desempeño enfatiza el resultado final o “el ganar” (Jaakkola y cols., 2015), la competencia interpersonal y comparación social (Ames, 1992), y se relaciona con una motivación menos autodeterminada (Harwood y cols., 2015); provocando dejadez y abandono del esfuerzo (Nerstad y cols., 2013). A su vez, es acompañado frecuentemente por altos niveles de presión y ansiedad, originados al sentirse el o la deportista juzgada por los diferentes agentes sociales que hemos mencionado (Fernández-Río y cols., 2013; Jaakkola y cols., 2015). También creen que los errores y el bajo rendimiento serán castigados, y que solo los jugadores y jugadoras con mejores estadísticas recibirán atención (Newton y Duda, 1999). Por otro lado, un clima de dominio acentúa el desarrollo de habilidades, aprendizaje y control de tareas, cooperación, y se relaciona con una mayor motivación intrínseca (Harwood y cols., 2015), implicación y esfuerzo por parte del o de la deportista (Lau y Nie, 2008). Se asocia asiduamente con resultados saludables (McArdle y Duda, 2002), facilita la satisfacción de la necesidad de relacionarse con otras personas (Gagne y Deci, 2005), mejora la cohesión de grupo (Papaioannou y cols., 2012), y potencia el aprendizaje de los errores (Gerabinis y cols., 2018).

Tal como comentamos en otro post, los clubes deportivos deberían de tener la obligación de crear y consolidar un espacio de Curiosidad, Admiración, Seguridad, y Alegría si creen que el niño y la niña son el eje central, porque es en C.A.S.A. donde mejor se sienten y más aprenden (Aguado, 2014). En ese sentido, la medida en que las personas perciben que el entorno es interpersonalmente acogedor, seguro, de apoyo, y capaz de proporcionar la experiencia de ser valorado y respetado se ha definido como clima de cuidado (Newton y cols., 2007). Precisamente, un contexto intencionalmente estructurador y afectivo influye positivamente en los y las jóvenes para controlar sus emociones, tener empatía, optimizar el comportamiento social (Gano-Overway y cols., 2009) y mejorar el bienestar mental (Fry y cols., 2012). Además, produce un mayor placer, aumenta el compromiso con el deporte, y conduce a lograr relaciones más agradables y cooperativas con sus entrenadores/entrenadoras y compañeros/compañeras de equipo (Fry y Gano-Overway, 2010). Por lo tanto, es evidente que un clima de cuidado y calidez que enfatiza el desarrollo personal, afecta de manera positiva en las experiencias vividas y motivación (Gerabinis y cols., 2018). No obstante, el desarrollo físico, mental y social de cada niño y/o niña ocurre a diferentes velocidades (Ciera y cols., 2019).

No podemos obviar que ganar y perder conllevan consecuencias motivadoras y afectivas para los y las deportistas (Cumming y cols., 2007). Sus referentes deben ubicar el ganar dentro de una perspectiva saludable, donde el éxito reside en dar el máximo esfuerzo, trabajar para desarrollar las habilidades y disfrutar de los aspectos sociales y competitivos de la experiencia deportiva (Smoll y Smith, 2005). Para ello, se sugiere que el entrenamiento de entrenadores y entrenadoras puede ser un medio importante para mejorar los beneficios de la participación deportiva (Cumming y cols., 2007). Hablamos de aprender a desaprender, puesto que somos lo que transmitimos, somos lo que sentimos.

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