‘Una de árbitros: preguntas y respuestas’

Ésta es la primera entrega de un serial de artículos de opinión de este columnista de WATERPOLISTA.com sobre el papel de árbitros en éste nuestro deporte

¿Por qué el peculiar Boris Margeta arbitra tanto en Barcelona y alrededores? Desde ya hace unos cuantos años que no duermo por las noches preguntándome sobre esta cuestión. ¿Será Margeta un descendiente del legendario Timbaler del Bruc (Tamborilero del Bruch) que aprovecha cada viaje a tierras catalanas para saludar a sus familiares, mientras degusta un genuino pan amb tomàquet i pernil (pan con tomate y jamón)? o más bien ¿el ínclito Margeta tiene la potestad de elegir dónde y cuándo quiere arbitrar?. Que el esloveno es buen arbitro a la par que carismático es evidente, pero si uno repasa las últimas temporadas europeas podrá observar que como decía el gran Peret, para Margeta, Barcelona tiene poder. Para finalizar con el bueno de Margeta diré que en el pasado campeonato de España infantil, un muy buen arbitro me dio la respuesta que buscaba con tanta ansia. Os iba a contar la respuesta que me dio y el nombre del arbitro en cuestión, pero no os quiero aburrir más con historias del esloveno. ¿O sí?

Me gustan los árbitros. Bueno, no en ese sentido o sí, váyase usted a saber en que piensa cada uno en un mundo, el actual, donde hay que medir muy bien las palabras no vaya a ser que se hieran sensibilidades en el respetable. Pero lo que decía, en líneas generales me encantan los árbitros. Al menos cuando me refiero a ese 85% (al otro no lo aguanto por su arrogancia y prepotencia) y valoro mucho su trabajo (no al de ese 15% restante que se cree que lo sabe todo y sólo ha arbitrado en la octava regional del pueblo toledano de Cazcarrez (bueno, alguno lleva mil años arbitrando y su nivel no pasa de regional), pero aun así siempre lo sabe todo y te trata como si fueses tonto). Posiblemente el colectivo español es el que más nivel tiene de Europa y por ende del mundo. Eso sí, en el top 3 además de Margeta, pongo al griego Stravidis y al rumano Alexandrescu. Ya se sabe, para gustos siempre los del Barça. Yo es que veo un partido internacional y veo arbitrar a uno de éstos y me engancho más (y lo mejor es porque a veces la lían de tal manera que uno no puede dar crédito a lo que está viendo). Es como cuando era un poco más joven que ahora y veía al mítico Collina (arbitro italiano calvo) arbitrar en champions, o al español Betancor en baloncesto.

Después de muchos años ya en este mundo del deporte que es como el balonmano pero en el agua, y donde aún me pregunto como es posible que los porteros se levanten tanto sin apoyarse del suelo (ironía, evidentemente), me he dado cuenta que los árbitros (hablo de waterpolo) son después de los entrenadores, las personas mas frikis, apasionadas y volcadas en este deporte (si hablase de importancia los jugadores estarían en el top1 junto a los entrenadores), sin desmerecer para nada al resto. Mucho más aun que los propios jugadores (me refiero a los jugadores «profesionales», ya que aquellos que suelen jugar en divisiones inferiores y sin cobrar y que entrenan día sí y día también, muestran una pasión máxima). Me explico para que nadie tergiverse mis palabras. El jugador «profesional» tiene en su deporte su trabajo y ahí invierte sus muchas horas (a pesar de estar mal pagados). Los árbitros además de su trabajo diario de lo que sea, sus cargas familiares (no todos, claro), etc, deben sumar las horas del finde de semana que invierten (aunque cierto también que reciben una compensación por ello) en los viajes y partidos (especialmente aquellos árbitros internacionales), más aquellos días entre semana que muchos se dedican a ir por las piscinas a arbitrar partidos de entrenamiento. Independientemente de todo esto lo que más me ha llamado siempre la atención, es que cuando he hablado con ellos (me aburro mucho y me gusta hablar) muchos me han transmitido una enorme pasión para seguir mejorando y creciendo, algunos con grandes sueños de arbitrar grandes finales.

Los árbitros por otro lado sólo son esenciales en los deportes donde los resultados deben ser claros. Es decir, en las competiciones de cualquier índole. En el colegio o en el parque los árbitros no pintan absolutamente nada, y cada uno ya se encargará con el rival si ha sido falta o no, gol o no, etc. Y creo que es ahí, justo en esos partidos donde un deportista es mucho más feliz, ya que no depende en muchos casos de la interpretación de otra persona, que a veces depende como sople el viento pita una cosa u otra. Es por ello que una vez que uno se pasa a la competición donde el arbitro es indispensable, cuando uno debe ser empático y tolerante con los jueces. Es un auténtico coñazo (con perdón) ver que a cada falta, muchas veces muy clara, el jugador siempre protesta o pone mala cara. Lo ves por la televisión en fútbol (por ser el deporte rey sin discusión) cuando el defensa despeja el balón a corner y dice que el último no ha sido él; le zancadillea por detrás al delantero y dice que no lo ha tocado; o el delantero que se ayuda con la mano y dice que ha sido la mano de Chanquete (porque la de Dios es sólo para Maradona). El jugador casi siempre niega o peor aún, nunca acepta su error (bueno, menos Fran Fernández, que me parece el ganador anual del fair play cada año). A mi que me encanta arbitrar los partidos de entrenamiento (yo a lo largo de mi vida como jugador tuve a varios entrenadores, que nunca nos hacía partidos de entrenamiento a menos que viniese un arbitro, ya que es muy incómodo aguantar a los jugadores) y más desde que el gran Toni Ollé (coincidí con él en la selección juvenil del 2011 donde Ollé era el delgado y yo el segundo de Emilio Bautista….con cracks como Munarriz, Larumbe o Barroso. Ahí es nada) me dijera varias veces que lo hacía bastante bien en los partidos que yo arbitraba entre la juvenil y la junior que habían coincidido en esa etapa de preparación (perdonad que haga un inciso. Cada vez que recuerdo este momento me viene a la mente los partidos a 100 canastas (una locura) que hacíamos Ferran Plana y yo en el CAR, jaja) y que podría ser un buen arbitro, aprendí hace unos años una táctica para que ninguno de mis jugadores protestara ninguna decisión mía, con el fin que esta buena conducta luego se trasladara hacía el colectivo arbitral en los partidos. Todo fue a raíz de un partido de entrene entre semana. Como suele pasar en muchos lugares, ningún arbitro podía venir a arbitrar ese día (es realmente asombroso las excusas que suelen tener muchos árbitros para ir directamente sólo a los partidos y pasar del mínimo entrenamiento). Ese día el partido empezó bien sin mayores protestas. Sin embargo al cuarto de ahora las mismas empezaron a aparecer y decidí lo siguiente: paré el juego y pregunté al jugador que se había quejado, que qué debía de pitar y me dijo «es antes falta suya», así que le hice caso y rectifiqué mi «error» inicial y le di falta a favor. Evidentemente la mayoría de los jugadores alucinaron y más conociendo mi temperamento. En la transición después de la falta pitada veía por el rabillo del ojo una sonrisa del jugador que había hecho que yo rectificara. Yo me reía por dentro pensando «no rías tan rápido» y adelantándome a lo que iba a pasar. ¿Qué pasó? Pues que justamente nada más llegar al otro área, el jugador que había recibido la «falta» anterior arbitrada por el rival, se quejó en voz alta y claro, yo paré inmediatamente de nuevo el partido y volví a preguntar pero ahora a él. Creo que no se hace falta decir nada más de como fueron los siguientes cinco minutos de partido. Era imposible jugar más de quince segundos sin oír ninguna queja de ningún jugador pidiendo la posesión para su equipo. Yo me lo estaba «pasando pipa» como suele decir mi pequeña. Sin embargo era tal el despropósito que a los cinco minutos ya la mitad de los jugadores estaban hasta las narices de todo aquello, ya que era un sinsentido. Finalmente la mente más clara de todo aquel grupo dijo en voz alta «por favor, todo el mundo a callar y jugar». Después de preguntar a todo el mundo sobre como tenía que seguir el transcurso del partido, todos me dieron el permiso para pitar lo que saliera de las orejas. Y eso hice, pité horrorosamente fatal el resto del entrenamiento, inventándome una manera de arbitrar que no pasaría de un cero ante un evaluador serio. Pero nadie dijo nada. Nunca más. Os animo a que probéis esta táctica (a utilizar cada vez que se va a un equipo nuevo), tanto a los que hacéis partidos sin árbitros «oficiales» como a los que sois árbitros. No hay nada como empatizar con los demás.

Sin embargo tengo una serie de dudas y preguntas para los colegiados, sus evaluadores y los que designan. Preguntas y dudas que me hace replantear si realmente se está haciendo todo lo que se puede hacer para mejorar. Si no hay una serie de «enchufes» para ascender o descender a determinados árbitros, obviando la calidad de los mismos. Si los evaluadores realmente sirven para algo y sí realmente están capacitados para evaluar. Si no eligieron ser árbitros porque jugar a waterpolo, realmente poco sabían…algunos…o muchos. O por qué el arbitro de waterpolo tiene que ser tan poco predispuesto a departir con los entrenadores o jugadores durante los partidos. No sé. Si os parece la semana que viene plantearé más detalladamente todas estas cuestiones, dando mi parecer únicamente.

Continuará…

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